• Escrito por  María Piedad Cediel
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La promesa de un mundo mágico: ¿Del Bronx a un distrito creativo?

La transformación de un barrio popular colonial, a quizás el barrio más peligroso que tuvo Colombia hace menos de una década. “Santa Inés”, así se llamaba el antiguo barrio colonial durante el siglo XX, en el cual residían familias de renombre como los Turbay, los Rima y los Salem. Tener una casa allí significaba pertenecer a la clase media alta de la época.
 
Todo comienza con El Bogotazo, el 9 de abril de 1948, hecho que marcó la historia de Bogotá debido al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, candidato presidencial por el Partido Liberal, y casi seguro presidente. Gaitán fue asesinado en el centro de la capital y este hecho desató manifestaciones de inconformidad, daños, vandalismo e incendios en el centro la ciudad que quedó prácticamente destruido. A raíz de esto la gente que vivía en el barrio Santa Inés, decidió irse a los barrios del norte.

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Al estar deshabitado, las personas en situación de calle fueron migrando progresivamente a este barrio, usándolo no solo para sus actividades de reciclaje, sino también para invadir las casas y edificios abandonados. Estas calles y casas se usaban como bodegas de los recicladores, posicionados allí desde los años 50. Con el tiempo, el lugar se llenó de bandas criminales, venta de droga y prostitución. El Cartucho, fue la denominación que se le dio después de mucho tiempo por el nombre de una flor que crece al lado de las casas de la zona. Así pasó de ser uno de los barrios coloniales con más casas atractivas y familiares, donde vivían personas de renombre, a ser un barrio desolado donde se ubicaba una de las ollas más peligrosas del país por lo cual la oscuridad, el mal olor y la delincuencia predominaban.
 
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La tenebrosa “L”

En la antigua administración del ex alcalde Enrique Peñalosa, a finales de los años 90, se decide tumbar esta calle y construir lo que es en la actualidad el Parque Tercer Milenio. Todas las bandas criminales, prostitución y habitantes de calle se mudaron a unas cuadras más al sur, lugar que se bautizó como la “L”, “Caldera del diablo” o “Bronx” zona a la cual la policía no se atrevía entrar. Esta calle brillaba por sus historias casi de ficción sobre prostitución de toda índole, inclusive menores de edad, ya que al día se murmuraba que se movían más de 100 millones de pesos en venta de droga y armas. La “L” era el mercado del crimen más grande del país, un mundo aparte sin reglas, sin límites para los que tenían suficiente para pagar un lugar “mágico”.
 
Se hablaba de discotecas veinticuatro horas abiertas, todo tipo de drogas, hoteles, prostitución, venta y compra de armas de fuego, alcohol, trata de blancas, servicio de desaparición de personas, criaderos de perros pitbull para peleas clandestinas. Para muchos, el asesinato y la desaparición fue su destino si no seguían las reglas de la “Caldera del Diablo”, incluso quienes frecuentaban ésta zona sabían de la existencia de un cocodrilo llamado “Pepe” que se alimentaban con restos de personas. Además, se ha comprobado que algunas de las paredes de esta zona están construidas a partir de cemento y restos humanos. Lastimosamente, este lugar era muy atractivo para jóvenes que buscaban un poco de descontrol, para los extranjeros que querían probar cosas distintas, como también en personas del común o de mucho dinero que les servía de refugio para disfrutar sin ser interrumpidos.
 
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Fotografía: María Piedad Cediel
 
Durante años este lugar fue el epicentro de grandes atrocidades, hasta que en el año 2016, en la segunda alcaldía de Peñalosa en Bogotá, se dirigió un operativo para desmontar esta calle, rescatando más de 180 niños, mujeres y habitantes de calle que estaban retenidos contra su voluntad. A lo largo de este operativo se confiscaron drogas, armas y elementos que constituían un mercado negro en la ciudad. A pesar de que se hicieron algunos logros, como poner en manos de la ley a delincuentes, desmontar los lugares donde se promovían actividades ilícitas, se confirmó que existían nexos políticos y fiscales por parte de miembros de la policía como lo fue el ex Coronel Rivera

¿La realidad Bronx?

Me tomé la tarea de ir a ver la realidad de lo que quedaba de ese cementerio clandestino, que ahora se promueve como “Bronx Distrito Creativo”, un programa de la Alcaldía que apunta a el renacimiento de una zona que fue por mucho tiempo el causante de un detrimento inimaginable a la comunidad. Ésta iniciativa le apuesta a la transformación de la locación a una zona de arte, movimientos culturales, cultivos y eventos sociales masivos. Sin embargo, la realidad es otra.
 
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Me acerqué al barrio Los Mártires a través del Parque Tercer Milenio. A tan solo unas cuadras del lugar, el ambiente se sentía muy tenso, observé muchas personas en situación de calle y el común denominador fue el consumo de droga. Las personas parecían zombies, con la mirada perdida y caminando todos al mismo ritmo somnoliento. No pude evitar sentir un olor particular que se distinguía entre comida podrida, basura y otros olores desagradables provenientes de la calle.
 
Me dirigí por la Carrera 10, en sentido sur, para acercarme a la Calle 13, siguiendo mi GPS. Cuando di la vuelta a la derecha, frené en seco y una sensación de ansiedad y preocupación me invadió, la escena que presencié fue única, al ver tanta gente en la calle y detallar quienes eran quedé perpleja y congelada del miedo. Pude observar muy cerca de mi a aproximadamente 60 habitantes de calle en una sola cuadra. La imagen era terrorífica ya que me sentía en otro mundo, nunca en mi corta vida había presenciado algo similar. Al ver que no podía entrar al infame Bronx me convencí de que tenía que haber otra entrada, por ésta razón di una vuelta por la siguiente cuadra, dirigiéndome más hacia el sur por la misma calle. Cuando finalmente logré entrar a la cuadra, me llevé la sorpresa de que mi celular había quedado totalmente sin señal, lo cual fue extraño, ya que algunos segundos antes tenía acceso a la red móvil. En ese momento mi pulso subió y al tratar de salir del lugar, me encontré en una esquina que llevaba una “L” grande, pintada de color azul.
 
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Fotografía: María Piedad Cediel
 
No pude evitar relacionarlo con la historia que el sector tenía, en ese punto del recorrido tomé la decisión de no abandonar el carro y seguir mi camino ya que lo que percibí fue que aún seguía siendo igual de peligroso, no había ninguna patrulla de policía, ningún tipo de control gubernamental. En mi efímero paso por el Bronx, observé a muchos habitantes de calle consumiendo drogas y prostitución en cada esquina. En ese momento supe que el problema no había desaparecido, tuve un golpe de realidad porque a pesar de los esfuerzos de las alcaldías pasadas y presentes por reformar y recuperar esta zona, el pasado sigue vivo en las calles de la “Caldera del Infierno”.